¿Porque lo digo yo? ¿Porque soy el jefe y punto? Aquí se hace lo que yo mando.

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¿Te reconoces en esas frases? ¿Las has dicho o escuchado alguna vez? ¿Qué sientes cuando las dices o las has oído?

 

El liderazgo es una responsabilidad. No cualquiera puede ser líder. Se le ha delegado una autoridad y ésta debe ser ejercida como un servicio y no desde un poder autoritario. ¿Qué prefieres como líder: lacayos y esclavos serviles o colaboradores proactivos que propongan y sumen?

 

Dice Benedict Carey del New York Times que “los jefes tiranos tienden a socavar a sus propios equipos”. Puede que la empresa - sigue afirmando - alcance logros importantes en el corto plazo sin embargo el desempeño con el tiempo se deteriora, la moral y la lealtad a la empresa se desploman y las impuntualidades y ausencias aumentan debido a las licencias por enfermedad. Nadie quiere ser maltratado y poco a poco, gota a gota, hace que el vaso se rebalse.

 

En ese sentido un líder tiene que ser capaz de utilizar su autoridad. No se trata de renunciar a ella sino de utilizarla bien. El mejor camino para el líder debe ser, en lugar de imponerse a la fuerza o manipular, aprender a persuadir. Manipular significa hacer del otro un títere (sin libertad ni inteligencia). Persuadir significa movilizar al otro, convencerlo con emociones y argumentos cual es el mejor camino a tomar. La persuasión implica compartir e intercambiar ideas teniendo en cuenta las opiniones de los colaboradores de su equipo.

 

El uso indiscriminado y abusivo de la autoridad genera un círculo vicioso de violencia. El colaborador objeto de la violencia o reaccionará violentamente contra ti llevando todas las de perder o guardará su emoción y la descargará contra otra persona normalmente vulnerable. Por eso San Juan Pablo II decía con sabiduría: “la violencia engendra más violencia”.

 

Por eso es mejor basar el liderazgo en la persuasión que en la autoridad desmedida.



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